La Guerra Justa III
(*En Polonia, la represión soviética continuó cebándose en
los no comunistas.
La definición sumamente personal que daba Stalin de “una Polonia libre e
independiente” tal como había prometido en Yalta, no solo venia determinado por
su odio a los polacos, sino que, por lo cerca de la derrota que había estado la
Unión Soviética en 1941, el dictador quería una serie de estados comunistas
satélites que le sirvieran de parapeto. Solo lo había salvado el sacrificio de
nueve millones de soldados, por no hablar de los dieciocho millones de civiles.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los individuos que más
sufrieron en Europa, fueron los que se vieron atrapados entre los dos grandes
pilares del totalitarismo, y murieron como consecuencia de la “interacción de
los dos sistemas”. Desde 1933 catorce millones de personas perdieron la vida en
Ucrania, Bielorrusia, Polonia, las Republicas Bálticas y los Balcanes.
La Segunda Guerra Mundial, con sus ramificaciones globales, fue
el mayor desastre de la historia provocado por la mano del hombre. Y aunque acabara
con la derrota de los nazis y los japoneses, es evidente que no consiguió la
paz mundial. En primer lugar estaban las guerras civiles latentes que amenazaban
a Europa y Asia, y que estallaron en 1945. Luego vino la Guerra Fría, con el
trato dispensado por Stalin a Polonia y Europa central. Junto con la Guerra
Fría se produjeron los movimientos colonialistas en el sudoeste asiático y
África. Y no se puede obviar que la serie de enfrentamientos en Oriente Medio
empezó con la inmigración masiva de judíos a Palestina, después de la liberación
de los campos de concentración.
La Segunda Guerra Mundial vino a cambiar la vida de todo el
mundo de una forma imposible de predecir.
Ningún potro periodo de la historia constituye una fuente
tan copiosa para el estudio de dilemas, de la tragedia del individuo y de la
tragedia de la masas, de la corrupción de la política del poder, de la hipocresía
ideológica, de la egolatría de los mandos militares, de la traición, del auto
sacrificio, del sadismo sin límites, y de la compasión imprevisible.
Un breve párrafo de un informe de la policía de seguridad
francesa, la DST, de junio de 1945, señalaba que había sido encontrada en Paris
la esposa de un agricultor alemán. La mujer en cuestión se había colado en un
tren que traía de vuelta a su país a
unos franceses deportados a los campos de concentración de Alemania. Daba a
entender que había tenido una aventura ilícita con un prisionero de guerra francés
asignado a su granja en Alemania mientras su marido se encontraba en el frente
oriental. Se había enamorado tanto de aquel enemigo de su país que lo había seguido
hasta Paris, donde había sido detenida por la policía. Esos eran todos los
detalles que daban.
Tras recibir el manto de la “Guerra Justa”, la Segunda
Guerra Mundial ha pesado sobre las generaciones siguientes mucho más que
cualquier otro conflicto de nuestra historia. Provoca una mescla de sentimientos
encontrados porque nunca podría estar al alcance de esta imagen, sobre todo
teniendo en cuenta que la mitad de Europa tuvo que ser entregada a las fauces
de Stalin para salvar a la otra mitad.
Una Guerra que comenzó para salvar a Polonia de la invasión
nazi y terminó entregando a Polonia a la dictadura comunista).
(*Antony Beevor. La Segunda Guerra Mundial)
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