Una SALVAJADA…
Me llamo Francisco Sande.
Soy gallego. Odio a los galeguistas y demás separatistas varios.
Quiero mucho a mi país, España, y a todo lo español.
Así que nadie puede culparme de ir contra la llamada “fiesta nacional” por eso, porque se llame nacional, cosa que hacen muchos de lo que escriben aquí.
Y, el toro embolado, tan popular en Cataluña, me parece la misma salvajada o más que las clásicas corridas de toros.
Pero esto, y miren la foto y sabrán a lo que me refiero, ni es fiesta, ni es deporte, ni es arte, esto es, simplemente, una SALVAJADA…
Lo anterior, lo escribí ayer en un foro que trataba sobre la terrible cogida sufrida por el diestro Julio Aparicio.
En el foro, como es natural, los había que estaban a favor de la “fiesta” y los que estaban en contra, y yo, como casi siempre, recibí leña de tirios y troyanos.
Una señora, catalana ella supongo, me decía: serás español pero muy cortito, el toro embolado es parte de la cultura catalana y, además de respetar la vida del toro, no le causa castigo ni sufrimiento. ¿…?
De la otra parte, o sea, de los que estaban a favor de las corridas, todavía fue peor.
Me llamaron hipócrita, que si no comía carne, que si había visto alguna vez como trataban a los animales en un matadero, que si sabía como los engordaban en las granjas, sin apenas espacio para moverse o acostarse etc.
Todo eso es verdad, pero al ser humano nos hace falta comer carne, fuimos hechos así, como el león, el cocodrilo o el tigre y el tener que matarlos para comer es inevitable. Lo que es evitable, es la forma en que los criamos y como los matamos y, si por mi fuera, castigaría a todo aquel les que causa un dolor innecesario.
Y, llegados a este punto, huelga decir que, el que pueda haber gente que se divierte haciéndoles daño es algo que no acabo de comprender. Cuando, además, le llaman arte me deja atónito.
Y aquí voy a contar algo que me sucedió no hace mucho.
Una fría noche de invierno, alrededor de las cuatro de la madrugada, me encontraba conduciendo mi furgoneta, me acompañaban cinco compañeros, dos de ellos charlando conmigo y los otros tres adormilados, con la cabeza apoyada en los laterales del coche, sobre el hombro del compañero o como buenamente podían. Y de pronto al atravesar la localidad Coruñesa de Muros, encaramado sobre un contenedor de basura, apareció un zorro que, al vernos, trató de salir huyendo y de un salto se quedó justamente delante del coche.
Aunque todo sucedió en segundos, la estampa me quedó gravada en la retina, como una foto-flash, como si alguien le hubiese dado al mando en el botón que dice, “pause”.
Ahí estaba, mirándome a los ojos, en realidad miraba a las luces del coche, pues a mi no podía verme, pero a mi se me antojó que me miraba a los ojos.
Era flaco, desnutrido, como de haber pasado mucha hambre, con unas largas barbas en forma de bigotes, con la boca entreabierta enseñando los colmillos que, en conjunto, daban a aquella criatura un aspecto horripilante, feo y bastante fiero.
Pero…, sus ojos. Al mirar sus ojos toda aquella sensación desapareció y en aquellos ojos pude ver una criatura asustada, hambrienta y aterida de frio, que solo mostraba aquella pantomima de fiereza como un acto de defensa. Una criatura que solo trataba de sobrevivir en un mundo que no es el suyo, pues el suyo se lo hemos ido arrebatando poco a poco. En aquellos ojos, vi la mirada mas triste que he visto en mi vida.
Uno de mis compañeros gritó, dale, dale, atropéllalo.
Pisé el freno hasta el fondo, y el coche se quedó parado tan bruscamente que los que estaban dormidos se dieron de bruces contra el asiento de delante, gruñendo y preguntando que había pasado. Mientras el zorro se perdía en la noche. Volvieron a preguntar, ¿Pero por qué frenas de esa manera por culpa de un zorro?
¿Por qué no le paseaste por encima?
Respondí, ¿pero que os había hecho el raposo?
Nadie dijo nada.
A los animales los usa el ser humano para un sinfín de cosas. Como alimento, bestias de carga, experimentos, -la mayoría de las veces muy dolorosos- como atracción de feria, como mascotas, -que a veces abandonamos sin compasión- etc., todo ello sin agradárseles nunca nada.
Y, yo como ser humano, tengo que asumir mi parte culpa de todas esas “atrocidades”.
Pero, por favor, déjenme al menos tratar de evitar el humillarlos.
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