Hubo otras oportunidades III
Y España entera entró en guerra, una guerra de españoles contra españoles, hermanos contra hermanos, una guerra civil que si bien no fue ni la primera, ni la única, si quizás la mas cruenta y fratricida. El odio y la inquina, acumulados durante largo tiempo, se desataron como una tormenta, como un volcán que lo arrasó todo y cuyo fuego solo se pudo extinguir con la sangre de miles de españoles derramada por todos los campos de España.
Aquella guerra la ganaron los “nacionales” y con ella España entró en la dictadura de Franco, que para bien o para mal, y a su manera, evitó que España se desmembrara.
Fuimos muchos los españoles que vivimos bajo el Gobierno de Franco sin percatarnos de que estábamos viviendo en una dictadura.
Esa era la clase de dictadura que vivimos en aquellos años. Una dictadura que consiguió hacer de España un país decente donde se respetaba la ley y el orden, el derecho a la vida y a la propiedad privada; donde se podía ir a todas partes sin miedo a ser molestado ni asaltado por nadie, donde podías entrar ir salir del país sin tener que darle cuentas al estado, -¡igualito que los países comunistas, vamos!- Una dictadura en la que, aunque a muchos les cueste ahora reconocerlo, fuimos bastante felices.
Pero, como dice un amigo mío, si no te dejan ejercer tu derecho a elegir tu propio gobierno, entonces, y por muy bien que gobierne, vives en una dictadura y en eso debo reconocer que mi amigo tiene razón.
Pero como nada es eterno, tampoco Franco lo podía ser y por el consabido desenlace biológico, este muere en 1975.
Y aquí llegamos a la siguiente oportunidad, y hasta ahora la mayor y mas palpable que tuvo España de subirse al tren de la historia y de ser un país que contase en el mundo.
La Guerra Civil, iba a ser la guerra civil para nunca más; y la dictadura, jamás íbamos a permitir otra. Los españoles nos prometimos no volver a luchar jamás entre nosotros y a trabajar todos en pro de un país y de un objetivo común. Íbamos a trabajar para hacer una España, mejor, mas prospera, más justa y más democrática. Íbamos a hacer un país que iba a ser la envidia del mundo. Eso decíamos y creíamos, por aquel entonces, prácticamente todos los españoles pero el destino está empeñado en demostrarnos que la historia de España tiene que ser escrita de muy diferente manera.
La Constitución vigente, aprobada por las primeras Cortes de la democracia en 1978, posee un mérito enorme, pero encierra un peligro no menos enorme.
El mérito: es la primera Constitución aprobada por el consenso de todas o casi todas las fuerzas políticas; nunca había sucedido tal en toda la historia contemporánea española.
El peligro: es el titulo VIII, de las Autonomías. Hay en la Constitución vigente otras muchas incoherencias pero resultan mas o menos tolerables; este titulo no.
España entró, ya antes de morir Franco, en un vértigo autonomista desmesurado.
Como otras veces, desde los reinos de taifas, salíamos de un sistema autoritario central a una rebatiña cantonal próxima al separatismo. No por culpa de la opinión publica sino de las clases políticas que pretenden imponer una dinámica centrifuga desbocada.
El titulo VIII, de la constitución, unido a un mas que mejorable sistema electoral da a los partidos autonómicos libertad absoluta para coaccionar y chantajear a cualquiera de los dos partidos mayoritarios que trate de gobernar sin haber conseguido la mayoría absoluta en la elecciones.
Y en este contesto la clases políticas del nacionalismo catalán y vasco son insaciables, esto lo pudieron comprobar en carne propia tanto Felipe Gonzales, como José Mª Aznar, que durante sus mandatos, con mayoría simple, fueron extorsionados sin piedad por ambos nacionalismos, algo que también a tenido que sufrir Zapatero, aunque no con tanta virulencia, al fin y a la postre, ya pocas competencias siguen en poder del Gobierno central.
El titulo VIII de la Constitución, terminado a fuerza de coacciones y chantajes, es un batiburrillo incoherente que contiene importantes contradicciones y disfunciones. El sistema implantado en 1978, formado por autonomías sin límite ni techo, es un sistema carísimo e inviable. El problema vuelve a ser pavoso y en vías de comprometer el futuro de España de forma próxima y gravísima. El desprecio a la nación española en el País Vasco, Cataluña y Galicia, además de Valencia y Baleares, es permanente e intolerable. Los partidos nacionalistas de estas regiones, que son minoritarios, se comportan como separatistas en aspectos esenciales, como la lengua, la cultura y el desprecio a la Historia de España.
La única solución, si es ya posible, consistiría en que los dos grandes partidos nacionales –Partido Popular y Partido Socialista- se concertasen para terminar con la dispersión y el caos, aunque fuera a costa de una reforma constitucional.
Pero desgraciadamente esta es un posibilidad que en estos momentos se nos antoja muy remota, porque, y aunque en los primeros años de la Transición, la conducta de estos partidos fue modélica y mostraron un verdadero equilibrio de convivencia, esto terminó cuando en la primavera de 1996, don Felipe González Márquez, cuyo padre había combatido en el bando del general Franco, vio que su régimen averiado, el filipismo, se hundía en el disparate y la peor corrupción de la historia española, empezó a evocar la guerra civil y después, ya privado del poder, ha seguido agitando su fantasma o, como dicen los americanos, enseñando la camiseta ensangrentada.
Desde entonces la brecha entre ambos partidos no ha dejado de crecer y hoy por hoy, aparece como un abismo insalvable. Si en algo se ponen de acuerdo ambos partidos es en manipular y cambiar la memoria histórica de los españoles en torno a la verdadera historia de la Segunda Republica, la guerra civil y sobre todo la realidad de Franco y su época. Pues mientras los partidos socialista, comunista y la izquierda, en una alarde de venganza retrospectiva, -van ahora a purgar al muerto-, tratan por todos los medios de matar la memoria de Franco, de terminar con Franco, el partido popular y la derecha, aquejados de un formidable complejo de Edipo, hacen mutis por el foro.
Y es la brecha misma de los dos partidos, la que abre un abismo también entre los españoles, un abismo que aparece todavía más intensificado en los extremos, pues aquí tenemos que soportar además el azote de las dictaduras nacionalistas. Y la España que se presenta ante nosotros vuelve a ser otra vez la historia de un fracaso y volvemos a estar en el punto de partida, exactamente donde estábamos cuando comenzó la guerra civil.
¿Pero por que la historia de España, parece ser siempre la historia de una permanente guerra civil?
Puede que sea producto del miedo social, encuadrado en la represión y crueldad de los periodos de represalia política y guerra civil, el cual se va agrandando hasta cubrir, como un fantasma goyesco, todos los horizontes futuros de la convivencia española. Y no afecta solamente a una clase, sino a todas; y su raigambre parece mucho más social que política. Y aquí entabla una dialéctica con otro sentimiento trágico –el odio-, sin que jamás podamos discernir cual de los dos es causa o efecto del otro.
¿O será simplemente que somos cainitas, que lo llevamos en la sangre?
Lo pinto Goya, dos gañanes metidos en el barro hasta la rodilla y zurrándose hasta matarse.
¿Será ese nuestro destino?
N.de A.
Los artículos, hubo otras oportunidades I, II, III, han sido confeccionados con material extraído del libro, Historia total de España, de don Ricardo de la Cierva.
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