El niño musulmán y el jamón de Trevelez.
A estas alturas de la película ya todo el mundo a oído hablar del alumno musulmán que, sintiéndose ofendido porque su maestro, durante una clase, usó el jamón como ejemplo de las excelencias de los climas fríos, más concretamente de Trevelez, para la curación y sabor de este producto, le protesto, pidiéndole que por favor, ante su presencia no usase la palabra jamón, pues ofendía su religión.
El maestro le contestó, y con buen criterio, que él estaba poniendo como ejemplo un producto muy español, que todos los muchachos de la clase conocían y consumían. Y que lo sentía mucho si ese producto, por ser del cerdo, ofendía a su religión, pero en la clase eran treinta niños y que era mucho más normal que uno se adaptase a veintinueve, que no que veintinueve se tuviesen que adaptar a uno y que, si no le gustaba la forma de enseñanza impartida por ese centro, que había otros centros a los que podía ir.
Y de ahí no debía pasar pero: Cual no sería la sorpresa del maestro al enterarse, al otro día, de que había sido denunciado por la familia del muchacho por acoso racista y xenófobo.
Esto, que a la mayoría de los españoles nos parecerá una chorrada y que, posiblemente, pasara a la historia como una anécdota más de la convivencia entre personas de culturas diferentes es, sin embargo, algo muy serio y que no nos deberíamos tomar a la ligera.
Esto representa un movimiento mas, otra vuelta de tuerca, de la invasión que la cultura árabe y la religión islamista está llevando a cabo sobre occidente en general y sobre el “Al-Ándalus” -España- en particular.
Esta gente ya invadió y se adueñó de nuestra patria una vez y no costó una lucha que duro 800 años para poder echarlos.
Ocho siglos en que los españoles se vieron obligados a vivir en un constante estado de guerra.
Una guerra que, al final, con la toma de Granada por los Reyes Católicos, acabamos ganando. Y fue, gracias a que ganamos aquella guerra, que hoy la mujer en España, puede salir a la calle sin el burka, –también la madre de ese niño-, puede vestir pantalón o falda o minifalda o pareado sin que por ello vaya a ser flagelada en público, o, hasta, enrollarse con el amigo del marido, sin que por eso vaya a ser lapidada, y no tenga que andar dos pasos detrás del hombre ni nadie le vaya a hacer a su hija la ablación del clítoris y pueda llegar a general o generala de un ejército o diputada e incluso ministra de igualdad y pueda ser feminista a rabiar sin que tenga que dar explicaciones a nadie por ser así.
Y todo eso, no fue algo que nos vino dado del cielo, costo mucha sangre sudor y lagrimas, -cito a Churchill- nos costó muchas batallas durante muchos años y si consentimos que alguien empiece a imponernos sus costumbres y su cultura, todo eso habrá sido en vano.
Quizás lo del niño del jamón nos parezca una nimiedad, pero, ayer fueron los belenes y los crucifijos en las escuelas, hoy es el jamón y mañana serán los cruceros que y capillitas que hay en algunas plazas de nuestros pueblos, y luego será otra cosa y otra y otra y así hasta llegar a lo del burka, la flagelación, la lapidación y etc., etc., y los derechos básicos de la mujer y, en realidad, del ser humano, se irán a hacer puñetas.
Decía ayer la madre del niño por televisión que ella era española que tenía el certificado de nacionalidad.
Alguien debiera recordarle a esta señora que para ser español no es suficiente tener un papel que lo confirme, hace falta algo mas, como por ejemplo, respetar la cultura, forma de vida y tradiciones de los españoles y hacerle notar que, lo lejana que ella está de ser española lo demuestra el hecho de que, del cerdo, ese animal que a ella tanto asco le da y tanto desprecia, a los españoles nos gustan hasta sus andares.
Y también comprendo que habrá mucha gente que ahora mismo sienta pena por el niño, que él es, al final, el más perjudicado con todo esto. Quizás sea así, pero eso se lo debe a sus padres.
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