La ultima Chochada.
Es un hecho. Cada
día estoy más convencido de que este es un país de borregos.
Usamos la tatica del
camarón, avanzamos hacia atrás.
Quizás, esto,
aquéllos, menores de cuarenta años ni lo sepan ni lo noten, pero
desde que Franco palmó, y la dictadura tocó a su fin, las
imposiciones, exigencias y obligaciones impuestas por el Estado, o
mejor dicho, por el Gobierno y, especialmente, los Gobiernos de
nuestras respetivas Autonomías, Alcaldías, municipios y autoridades
varias, se han quintuplicado.
O dicho de otra
manera, que desde que tenemos libertad y democracia, nuestra libertad
y democracia se ha ido a hacer puñetas.
Antes, durante la
dictadura, a la hora escribir, había que tener cuidado con algunas
de las cosas que querrías decir pero no decías, por aquello de la
censura franquista.
Ahora, con la
democracia, a la hora de escribir, hay que tener cuidado con el
triple de cosas, que antes, que querrías decir pero no dices, porque
que pueden no ser `políticamente correcto•.
Total, que es tal el
grado de libertad del que gozamos actualmente en España, que hay
sitios, que por poner la Bandera de España, en tu balcón, te pueden
dejar un aviso amenazante compeliéndote a retirar dicha bandera y
llamándote fascista, esto en el mejor de los casos, o quemándote la
casa y dándote una paliza en el peor.
Y esto no ocurre
solo en lugares como el País Vasco o Cataluña, donde ha engendrado
un nacionalismo de campanario. Ese nacionalismo rancio y fanático
hasta el tuétano, que nace de unos individuos que creen a pie
juntillas que el individuo que habita en otro pueblo, aunque de ese
pueblo hayan salido sus padres y abuelos, y parte de su familia
todavía siga viviendo allí, es un ser inferior con el que hay que
compartir el menor número de cosas posibles.
-O sea, un
nacionalismo tipo Rufián-
Eso te puede pasar
también en Galicia, Baleares o Valencia. Y si me apuran mucho, casi
estoy por decir que en cualquier parte de España, pues no hay lugar
en este país que no tenga su cabestro de cabecera.
Pero la guinda del
pastel, de toda esta libertad, la ha puesto la alcalde de Madrid, la
señora Manuela Carmena, que, en su última chochada, ha impuestos a
los madrileños calles de dirección única. Sí señor, digo,
señora, calles de dirección única, con un par.
Y los madrileños,
aquellos habitantes del lugar donde se alzaron el Dos de Mayo, contra
Napoleón, refunfuñan y acatan.
¿Somos o no somos
borregos?
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