Los honores a Franco y su circunstancia.
Mucho se ha escrito y hablado de los honores y honras
otorgadas a Franco durante el tiempo de éste como jefe del Estado Español.
He leído y oído hasta la saciedad que, en la mayoría de los
casos, toda aquella pompa y devoción hacia el Jefe del Estado, había sido
forzada sobre los ciudadanos y mandatarios de los distintos organismos que,
bajo esa presión, al final todos en mayor o menor grado se vieron compelidos a
otorgársela.
¡Nada más lejos de la verdad!.
Y es verdad que en muchos casos, aquellos, galardones, distinciones, nombramientos de hijo adoptivo de esta o aquella villa o ciudad, y otros
elogios por el estilo, fueron fruto de
la adulación más descarada, -en hacer la pelota, en este país somos maestros-,
no todos fueron así.
Al terminar la Guerra, millones de personas vieron a Franco,
como el salvador de sus vidas y sus haciendas, literalmente.
Cuenta Camilo José Cela, de Zaragoza: “La gente se abrazaba,
saltaba, cantaba jotas, bebía a morro de las botellas de vino, de coñac, de anís,
comía chorizo y pan y daba vivas a España, a Franco y a La Virgen del Pilar”.
San Sebastián lo nombraba hijo adoptivo, y en la mismísima
Cataluña, en el Monasterio de Montserrat,
lugar éste, con cierta tradición separatista, pero que había sufrido un
duro golpe al ser asesinados siete de sus monjes por los comunistas, el abad lo integraba en la cofradía de la
Cámara de los Ángeles.
La persecución había sido especialmente cruenta en esa
región: fueron asesinados cuatro obispos y 1.536 sacerdotes, aparte de monjes y
cristianos por el mero hecho de serlo.
La masacre de sacerdotes en Lérida, llegó hasta el 62 por ciento. Aquí se puede
entender la gratitud a Franco.
-No hay que olvidar tampoco, que una de las unidades más
condecoradas en el ejército de Franco, durante la guerra, fue la del Tercio de Montserrat,
un cuerpo de choque integrado por soldados catalanes que durante la batalla
de Belchite, frenaba en codo, con solo
180 hombres y medios ligeros, una división enemiga. Se salvaron más o menos ilesos sólo 43 y la
Unidad recibió la Laureada-.
Y sirva de pequeño ejemplo lo aquí expuesto, porque en el
resto de España, sucedía tres cuartos de lo mismo.
Entre las adhesiones
a Franco, destacaba la del Rey Alfonso XIII, que se declaraba un español
más a las órdenes del Caudillo, o la de Don Juan de Borbón, Príncipe de
Asturias, que lo imitaba.
Tampoco fue verdad aquello de que España se quedó sin intelectuales.
Gente como Azorín o Gómez de la Serna, que estuvieron desde
el principio al lado de los “Nacionales”. O Joan Miró, Pérez de Ayala, Ortega y
Gasset o Gregorio Marañón, -Todos ellos entre los intelectuales más destacados
de la época- y muchos otros que regresaron al país.
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