La vileza y crueldad del ser humano sigue ahí y gozando de buena salud.
Con la muerte del coronel Gadafi, hemos podido ver en nuestras televisiones, y en riguroso directo, el linchamiento de un hombre vencido.
Lo mismo ocurrió en Italia, cuando los comunistas italianos se cargaron de un modo parecido a Mussolini y la amante de este, Clara Petacci.
Y no eran los primeros. Los franceses hicieron, meses antes, una escabechina similar. Petain se salvó por muy poco (gracias a su aureola como héroe de Verdún). Todos los demás dirigentes y mandos medios de Vichy fueron ejecutados o asesinados.
También Noruega ejecutó a sus gobernantes fascistas empezando por Quinsling, (cuyo delito no había sido otro que tratar de defender a su país de una invasión soviética). Ahora es una socialdemocracia ejemplar (eso sí, gracias al petróleo del Mar del Norte).
Y es que siempre ha sido así, la venganza del vencedor sobre el vencido.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, todos los mandos nazis fueron juzgados (estos se lo merecían ¡Supongo! por el genocidio hebreo) y, también, la mayoría de los altos mandos japoneses, estos por crímenes de guerra.
¿Y quién juzgó a los ingleses cuando arrasaron y achicharraron con sus bombas la ciudad alemana de Dresde?
Pese a no constituir un objetivo militar, puesto que en ella no había ni fabricas de armamento ni albergaba tropas, el 13 de febrero de 1945 los aliados decidieron borrar a Dresde del mapa. A las diez y cuarto de la noche 245 bombarderos Lancaster británicos lanzaron 400.000 bombas incendiarias sobre la ciudad. Tres horas después, otros 550 aparatos lanzaban 200.000 bombas incendiarias y 5.000 explosivas. Antes del amanecer del día 14, se produjo otro ataque, esta vez llevado a cabo por la aviación norteamericana, con 150.000 bombas incendiarias y bidones de fosforo para alimentar la tormenta de fuego que, debido a la enormes temperaturas que se habían alcanzado, estaba creando unos ciclones que se alimentaban a sí mismos mediante la depresión barométrica que provocaban. Los cazas que acompañaban a los bombarderos tenían la instrucción de descender a nivel de los tejados y barrer “blancos de oportunidad”, masas de gente que atestaban las salidas de Dresde…
¿Quién juzgo a los soviéticos que, una vez vencida Alemania, entraron en este país matando, violando mujeres y niñas y quemando y destruyendo todo lo que encontraron por delante?
¿Quién juzgo a los norteamericanos? Que dejaron caer dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki llevándose de una tacada más de doscientas mil personas, eso sin contar las que murieron más tarde a consecuencia de la radiactividad de aquellas bombas.
Pero todo eso nos suena a pasado y, además, todo parecía haber sido hecho de una manera aséptica, sin mancharse y siempre tratando de hacer ver que lo que se hacía era lo justo.
Llegamos a creer que, en el mundo de hoy, un mundo en donde las maquinas planta las semillas y recolectan las cosechas, tejen las telas y procesan nuestra comida. Los científicos han desarrollado vacunas contra mil enfermedades y teorías para explicar el universo. El hombre pude viajar más rápido que cualquier otro animal y volar por el aire o navegar por los mares. El Polo Norte y el Polo Sur han sido explorados hasta lo más recóndito, hay mapas del más profundo lugar de África y podemos mandar mensajes en un instante a cualquier lugar del globo.
En un mundo así creíamos haber conquistado la barbarie.
Lo que nuestras televisiones nos mostraron, fue algo diferente, algo que no deja lugar a dudas de que, la vileza y crueldad del ser humano sigue ahí y gozando de buena salud.
Gadafi quizás era un dictador medio chalado, pero no un perro rabioso o una rata portadora de tifus, era, al final de todo, un ser humano, que, quizás, debiera ser juzgado y condenado a pasar sus últimos días en una cárcel, pero que no se puede simplemente linchar como una alimaña.
El ver a estos salvajes disparando al aire como energúmenos, cobardes y sucios, que no hace mucho le lamian las botas, arrancándole la piel a tiras y arrastrándole por el suelo para luego, entre gritos de júbilo, pegarle un tiro, nos demuestra que el mundo dista mucho de ser ese lugar civilizado y armonioso que nos quieren vender y nosotros queremos comprar. Esto ha sido una salvajada propia de los tiempos de “Conan el Bárbaro” y occidente puso todo lo necesario de su parte para que esto sucediese.
El Gadafi este fue un dictador al más puro estilo “Tirano Banderas” pero, por lo menos, el pueblo, bajo su mandato, vivía bastante bien, para los estándares africanos, se puede decir muy bien.
Pero lo que viene después de él (los hermanos musulmanes) es el fanatismo teológico y dictatorial llevado hacia su forma más extrema, donde la vida de un ser humano está siempre supeditada a los deseos de un supuesto dios, “Ala” que, por medio de los ayatolas, todo lo ve y todo lo controla, y donde una mujer tiene menos derechos que un camello.
Y es que, visto lo visto, me atrevo a pronosticar que eso que los cursis han bautizado como la “Primavera Árabe” no va a pasar de un otoño mediocre y gris que nos lleve a nuestro invierno del descontento.
Si los próximos gobernantes de Libia, van a ser aquella chusma descerebrada y bárbara que vimos por la tele, que Dios se apiade del pueblo libio y de nosotros también.