Thursday, October 24, 2019

Barcelona 2019.





La actual rebeldía de la Generalidad de Cataluña contra el Estado Español, nos hace asistir a un espectáculo mas triste que la misma rebeldía: el de la indiferencia del resto de España, agravada por la traición de los partidos, como el socialista, que han pospuesto la dignidad de España a sus intereses políticos.
Mientras los nacionalistas catalanes caldean el ambiente de Barcelona, no hay en Madrid nacionalistas españoles que proclamen a gritos la resuelta voluntad de mantener unida a España.
Lo anterior lo firmaba José Antonio Primo de Rivera, en 1930, pero podría pasar por haber sido escrito ayer por la tarde.
Y, a pesar de lo que ha quedado escrito sobre aquellos años, la mayoría de los españoles no acaban de comprender lo que fue aquello, el ambiente que reinaba en aquellos días en la Comunidad Catalana.
Pero para todos ellos, para que lo comprendan, sirva de muestra los acontecimientos que se han desarrollado en estos últimos días en Barcelona.
Aquí se han sobrepasado con creces todos los límites de la razón, la convivencia pacífica, la ley y el orden, y la democracia,  además de el más grande sentimiento de vergüenza ajena viendo a un Gobierno de España, que ni sabe, ni quiere, poner coto a los desmanes y resolver la situación.
Hemos asistido a través de los medios de comunicación, al desenfreno de una turba, una chusma aullante y amenazadora, -puesto que la  “Rebelión de las Sonrisas” se transformó en el grito de las hienas- que lanzó a la policía toda clase objetos a modo de misil o arma, desde adoquines a bolas de acero, bombonas de gas, moto sierras e incluso bengalas contra un helicóptero.
Hemos visto quemar contenedores, cerrar calles, colegios, autopistas, estaciones de tren y aeropuertos.
Hemos visto asaltar, robar y destrozar, supermercados y centros comerciales.
Hemos visto como la policía, en inferioridad de condiciones, con un valor y un arrojo sin precedentes, trataba de imponer el control en aquel despropósito.
Y hemos visto como esa misma policía, agotada y sin medios, ni material,  acababa muchas veces, pugnando, no por restituir en orden en las calles, sino simplemente, por salvar la vida.
 Mientras, a solo trescientos metros, dos mil guardias civiles, se veían impotentes de prestar ayuda obligados por imperativo de las órdenes de no intervenir de un Gobierno, que, sin vergüenza ni pudor alguno, asistía impávido ante todo aquello.
Mientras,  y para rematar la faena, ese “joker” que hace las veces de Ministro del Interior, el señor Grande-Marlaska –“Grande” ¡que ironía!- declaraba en una rueda de prensa que, lo que estaba ocurriendo en Barcelona, era “normal”.
Aunque todo esto valió la pena, puesto que hoy,  nuestro Presidente, al frente de su Gobierno, en un alarde de magnificencia, sabiduría y buen hacer, ha cambiado los restos Francisco Franco Baamonde, del Valle de los Caídos, al cementerio de Mingo rubio, El Pardo.
Y esto lo cambia todo. Desde este momento se han acabado las penurias, las calamidades y las desdichas, de todos los españoles.
Desde hoy, y gracias a tan Magno Hombre, todos los españoles seremos felices y comeremos…
“Nuestra democracia se autodestruye porque ha abusado del derecho de igualdad y del derecho de libertad, porque ha enseñado al ciudadano a considerar la impertinencia como un derecho,  el no respeto a las leyes como libertad, la imprudencia en las palabras como igualdad  y la anarquía como felicidad” (Isócrates 350 aC)

Wednesday, October 02, 2019

Acoso…



Hay miles de personas ahí afuera que odian el acoso.
Odian el acoso en la escuela, en el trabajo, el que se hace a los “novatos” en el ejército, en los colegios o en las universidades. Odian el acoso allá  donde se dé.
El acoso les parece algo cruel, malo, mezquino, malvado. Una forma perversa de tratar a alguien. Y todos coinciden en que el acoso es algo que hay que erradicar de nuestra sociedad. Y, sin embargo, ellas, -esas personas que tanto odian el acoso- o están acosando a alguien en este mismo momento, o son testigos de un acoso y no se dan cuenta.
Piensa lo que le estás haciendo a esa persona que no te cae bien, porque te parece tonta, fea o que pasa por todo.
No, no pienses que esto no es lo mismo porque tú no lo haces con malicia, ni maldad alguna, o simplemente porque piensas que ésta, o éste, se lo merece.
Pues  no te engañes, lo que estás haciendo es acoso.
Y tú, el de más allá, el que está viendo todo esto y no mueve un dedo.
Eso es acoso. Ese acoso que tanto odias.
Pues vamos, muévete antes de que sea demasiado tarde.
Y todavía hay algo más.
Quién no tiene un amigo o un compañero de pandilla, en el que recaen todas las bromas y chanzas.
Este amigo suele ser, por lo general, apocado, cohibido y de poco carácter, pero buena persona y buen amigo. Y toda la pandilla le quiere y lo aprecia  y lo defenderían ante cualquiera, pero, como es tan buen tío, suele ser el blanco de todas las guasas y chistes de toda la pandilla.
Además, le habéis puesto ese mote que le va como anillo al dedo. Él protesta cuando se lo llamáis, claro, pero como todo es sin malicia alguna, y él pone tan poco énfasis en su defensa,  la cosa sigue adelante.
Hasta el día en que le llamáis por ese apodo o le gastáis alguna broma, delante de la chica que a él le gusta –porque también, aunque nunca haya dicho nada, hay una chica que a él le gusta a rabiar- y, ese día, ese día le partís el corazón.
Quizás tú tengas un amigo así, o quizás tú te hayas reconocido en esta persona al que todos quieren  y todos humillan.
Porque es así, aunque todo sea en plan de broma y sana camaradería, el sujeto en cuestión, se siente humillado.
Y esto amigo, estés en uno u otro lado, seas hombre o mujer, seas el que da las bromas o el que las recibe, esto, esto también es acoso. Y éste más cruel si cabe, porque éste viene disfrazado de amistad.