El timo de la estampita.
¿Quién no ha oído hablar del timo de la estampita? Si queda todavía alguien que no sepa como funciona, la cosa va más o menos de la siguiente manera: La víctima se encuentra –en realidad es abordada aunque no se da cuenta- con una persona con escasas facultades mentales (el tonto). El tonto lleva consigo un sobre lleno de billetes, a los que no da ninguna importancia, tratándolos como estampitas. Entonces entra en escena una segunda persona (el listo o gancho), que convence a la víctima para que juntos engañen al tonto ofreciéndole una pequeña cantidad de dinero por sus estampitas. Después de entregar el dinero, la víctima recibe el sobre, pero cuando lo abre en lugar de encontrarse los billetes encuentra recortes de papel, ya que han hecho el cambiazo de forma imperceptible para la víctima (requiere de una cierta habilidad). Para ese momento, los estafadores ya están demasiado lejos, y la víctima ha perdido su dinero.
Así era el timo de la estampita de toda la vida.
Pero con los nuevos tiempos y las nuevas tecnologías, los estafadores han recogido el truco, lo han pulido, perfeccionado y puesto al día tanto y tan bien que, actualmente, roza lo sublime.
Hay varias versiones, aquí voy a describir dos. En la primera van a lo bestia o a saco y sin disimulo.
Se llama el de las “Participaciones Preferentes”, este es de manual. Tú tienes unos ahorrillos, que has conseguido juntar tras años de arduo trabajo o que has tenido un golpe de suerte y te ha tocado la lotería o como fuere, pero los tienes y los quieres meter en un sitio seguro. Entonces te vas al banco y le explicas al operario de turno (el tonto) tus intenciones, éste, muy amablemente te hace pasar a una oficina donde te recibe otro señor muy elegante, el director del banco,(el listo) que, con una amplia sonrisa te ofrece que te sientes y que te pongas cómodo, luego te pregunta a cuánto ascienden esos ahorrillos que tú quieres ingresar en el banco.
Le dices que a unos 60 mil euros o algo mas y desearías meterlos en algo seguro y, a poder ser, que produjesen algo de dinerillo. Entonces el fulano, ya todo sonrisas y amabilidad, te dice que tiene el producto que tú necesitas, las “Participaciones Preferentes”, un producto seguro y que, además, da un interés bastante alto.
Le preguntas: ¿pero eso que usted me ofrece es seguro?, ¿no es una cuenta de alto riesgo o algo por el estilo? Es que este dinero representa los esfuerzos de toda una vida y no quiero jugármela.
¡No, que va!, te dice. Es un producto a prueba de bombas, respaldado por los bancos más sólidos y solventes y que, además, tiene la tasa más alta de interés.
Entonces tú, viendo la confianza que demuestra aquel fulano, dices: bueno pues pongámoslos ahí.
Te hacen firmar unos papeles, les haces entrega del dinero, te dan la mano muy amablemente, te abren la puerta y te despiden como si fuesen tus amigos de toda la vida y tú te vas a tu casa sin saber, sin sospechar siquiera, que acabas de ser timado.
Y luego, o sea, ahora, todos aquéllos que habían depositado su dinero en estas cuentas, al volver al banco a retirarlo, le dicen que lo que habían comprado era una deuda perpetua y que el capital no se puede retirar. Protestan, claro, pero les informan que todo es legal, que todo estaba explicado en la letra pequeña del convenio y que ellos lo firmaron.
¡Por Dios, “estaba explicado en la letra pequeña”!.
De la forma que escriben los bancos y similares, para el común de los mortales, ya casi nos resulta imposible entender lo que dice la letra gruesa, para que todavía tengamos que leer la letra pequeña.
Como fácilmente puede observarse, todo esto no pasa de ser el timo de la estampita de toda la vida, depurado, mejorado y hecho oficial con la bendición del Estado.
Y ahora la otra version, que quizás no sea tan drástico y dañino pero que, igualmente, le acaba a uno tocando los… pies a más no poder.
Se trata de unos numeritos la mar de cachondos que te salen en el teléfono o en el ordenata ofreciéndote cualquier cosa o servicio que no necesitas y que, realmente, ni tenias idea de que tal servicio existiese.
La primera vez me sucedió con el ordenador; vi en la pantalla un anuncio que decía: ¿te gustaría saber lo que fuiste en ti vida anterior?
Como, en aquel momento, estaba un poco aburrido pinche sobre el anuncio y se abrió una página en la que salía un cuestionario que me pedía: Nombre, sexo, lugar y fecha de nacimiento etc. Nada importante. Le seguí el juego hasta que, al final, me pidió mi numero de móvil para poder mandarme un sms con el resultado, el coste del mensaje era de 0.75€. Como no me pareció mucho, accedí y le escribí mi número y, efectivamente, al momento recibí en mi móvil un mensaje en el que me informaban que, yo, en mi vida anterior había sido un roble. ¡Toma ya! Menos mal, pude haber sido un alcornoque.
Pero seguidamente me llega otro mensaje, y otro y otro y así, sin parar hasta que se terminaron lo 8 € que yo tenía de recarga en mi tarjeta prepago. Menos mal que solo tenía ocho euros.
Al otro día pregunté a uno de los chicos que trabajan conmigo que me informó: “Eso es una trampa, te han enganchado a un servicio de mensajes y ahora, si no te das de baja, te los seguirán enviando y chupándote todo el dinero que recargues en el móvil”.
Bueno, pues la había hecho buena. Para darme de baja en el dichoso numerito me costó dios y ayuda, aunque al final lo conseguí y pude volver a usar me telefonito sin problemas.
Pero me ha vuelto a ocurrir otra vez y, esta vez, con el teléfono de la empresa.
La empresa para la que trabajo nos ha equipado con esos teléfonos conocidos como “smart phones” -teléfonos inteligentes-, esos que, menos freír patatas, hacen de todo. Te dicen la hora, el tiempo, puedes escuchar la radio, ver películas, jugar o quitar fotos con ellos y además, dicen, se pude llamar a otra persona igual que en los teléfonos de toda la vida.
Bueno, pues yo también he sido equipado con uno de esos, que todavía no entiendo muy bien, o mejor dicho, muy regular, puesto que para entenderlo bien hacen falta estudios superiores.
Y ahí estaba yo el otro día, dándole vueltas al cacharrito, cuando recibo una llamada de mi jefe que me dice: oye, sabes que te has dado de alta en uno de esos números de publicidad o algo así y nos viene en la factura 5 euros con 90 a mayores.
La madr… bueno, ya me la han hecho otra vez. Supongo que me darías de baja ¿no?
No, eso tienes que hacerlo tú, de la misma forma que te diste de alta te das de baja.
¡Ya estamos otra vez! Mi jefe es un buen jefe y un gran tipo, no crean, pero como todo hijo de vecino en estos tiempos, tiene días malos y días peores, se conoce que ese día era de los peores.
Bien, pues visto lo visto y considerando el éxito, me dispuse a arreglar el desaguisado.
Como en el dichoso teléfono, esta vez, no veía ni mensajitos ni canciones ni información alguna que pudiera darme un idea de lo que yo había contratado, decidí llamar al número de atención al cliente, donde me contesta una amable señorita sudamericana, esto lo deduje por el acento, a la cual le explico mis cuitas, a lo que ella me responde que lo siente muchísimo pero que no puede hacer nada al respecto dado que, cualquier reclamación o cambio en línea, tiene que ser efectuado por la persona autorizada.
Digo: bien, pero dígame al menos que servicio he comprado.
Lo siento pero no puedo. No puedo cambiar nada en la factura excepto que sea ordenado por la persona autorizada.
Lo comprendo, pero yo no quiero cambiar nada, solo quiero saber cuál es el servicio de marras.
Lo siento señor Sande, pero no puedo hacer nada sobre esa factura. Comprenda que tenemos que seguir un protocolo de seguridad a fin de evitar que cualquier empleado haga cambios que la empresa no apruebe.
Ya, lo comprendo, y me alegra un montón que tengan ustedes ese “protocolo de seguridad”, pero aun me alegraría mucho más si aplicasen dicho “protocoló” también a la hora de contratar esos servicios de publicidad no deseados.
No me digan que no son buenos.
Antiguamente, por lo menos, te consolaba el hecho de que la “victima” también había actuado con bastante mala fe al intentar aprovecharse de un ser indefenso para obtener una ganancia. Pero ahora lo han perfeccionado tanto que ya no necesitan engatusar a la víctima, simplemente te timan y tú ni te enteras, y en el proceso se ahorran el “gancho” y, el “tonto”, lo ponemos nosotros.
Y mientras estos nuevos trileros campan a sus anchas y se forran, nosotros nos encontramos en el más absoluto desamparo puesto que, la Ley, la Justicia y el Estado, prefieren mirar para otro lado.