Vuelta al invierno y la hora maldita.
Ya
está, ya estamos de nuevo en el invierno.
No, dirán algunos, todavía no. Pues sí, sí que estamos en el invierno.
El invierno es España, no empieza el 21 de diciembre como se supone, ni con la llegada de los días grises y las primeras lluvias o cuando el primer bajón de las temperaturas nos hace volver a ponernos un jersey, no. El invierno empieza ese día en que atrasamos una hora los relojes. Ese es el día en que empieza el invierno y el día en que todos nosotros nos damos cuenta de que se nos ha echado encima un año más.
Ese cambio de hora que nos sume de repente en una hora extra de oscuridad.
Y por lo visto puede ser peor, puesto que se han oído rumores de que un grupo de presión, con la bendición por parte de los nacionalistas- separatistas gallegos, todavía pretenden atrasarlo una hora más. Entonces ya sería el apaga y vamos, de noche a las cuatro de la tarde.
A los nacionalistas bloqueros y tal, les importa un rábano la hora, pero dan el trasero por eso tan rancio y manido de una “España plural” y una "Galicia diferente". La madre que los pario. ¿Cómo se puede ser tan idiota y poder andar al mismo tiempo?
Y a los otros, parece que les han dado la idea los británicos que, junto con los portugueses, también viven en esa hora fuera de tiempo.
Y, para darle más peso a su argumento, sostienen que la hora actual de verano, en España, es una hora copiada de la Alemania de Hitler.
Por mí como si es copiada de Ghengis Khan, es la hora que usan franceses, belgas, holandeses y casi toda Europa y nos da la oportunidad de tener una hora extra de sol.
Pero, de momento, el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (Arhoe), un tal Ignacio Buqueras, ha declarado que para racionalizar la cosa, el próximo cambio de hora, abril del 2014, no se debe implementar, o sea, que no se debe volver a cambiar la hora, sino seguir durante el verano con la misma hora de invierno.
¿…? Yo, con tíos como este señor Boqueras, es que me desespero.
Han tenido la suerte, o habilidad, de coger un trabajo –chollo- bien remunerado y con muy poco que hacer y, claro, se aburren un montón, y es en esos ratos de aburrimiento cuando discurren mil y una manera de venir a tocarnos los pies a los currantes de verdad.
Y es por eso que, desde aquí, me gustaría sugerirle al señor Buqueras que, para evitar esos ratos de aburrimiento, se dedicase, por ejemplo, a hacer “trabajos manuales” o plantar árboles o plantas o algo así, que entretiene mucho y mola mogollón mirar cómo crecen.
Y es que, si algo falla en este país, no es la hora, sino los horarios. Trabajamos con ese horario de partir la jornada, con un descanso de tres, cuatro y hasta cinco horas, para comer.
Un horario que se ha quedado completamente obsoleto en cualquier país civilizado, menos en España, claro está.
A nosotros nos gusta un “lunch” extra largo, con café, pitillo y siestecilla y volver al trabajo a las 6 de la tarde y luego tratar de hacer de noche lo que no hicimos durante las horas diurnas.
Por dios, las horas del día con más luz las dedicamos a comer y dormir y luego pretendemos ser competitivos. Esto es de locos.
Y claro, con ese horario laboral tan draconiano, acabamos pasándonos el día entre idas y venidas al trabajo y acabamos volviendo a casa a las tantas, y finalizamos siendo el país menos competitivo de la Unión Europea.
Y este es el desaguisado que tendría que tratar de arreglar el señor Buqueras. Poniendo, por decreto si hace falta, una jornada de ocho horas seguidas. De siete a tres, de ocho a cuatro o de nueva cinco, o si, si dado el caso, hace falta que haya gente trabajando por la tarde, pues por turnos de ocho horas, con media hora para un bocadillo y santas pascuas.
Pero en vez de eso el señor Buqueras, se dedica a marear la perdiz, tratando de cambiar la hora, lo único que tenemos bien en este país, y sumirnos una hora extra en la noche mientras seguimos perdiendo todo ese tiempo durante el almuerzo.
Lo dicho señor Buqueras: si no son capaces de arreglarlo, déjenlo estar y distráigase usted con otra cosa, pescar gorriones o cazar truchas, como vea.
No, dirán algunos, todavía no. Pues sí, sí que estamos en el invierno.
El invierno es España, no empieza el 21 de diciembre como se supone, ni con la llegada de los días grises y las primeras lluvias o cuando el primer bajón de las temperaturas nos hace volver a ponernos un jersey, no. El invierno empieza ese día en que atrasamos una hora los relojes. Ese es el día en que empieza el invierno y el día en que todos nosotros nos damos cuenta de que se nos ha echado encima un año más.
Ese cambio de hora que nos sume de repente en una hora extra de oscuridad.
Y por lo visto puede ser peor, puesto que se han oído rumores de que un grupo de presión, con la bendición por parte de los nacionalistas- separatistas gallegos, todavía pretenden atrasarlo una hora más. Entonces ya sería el apaga y vamos, de noche a las cuatro de la tarde.
A los nacionalistas bloqueros y tal, les importa un rábano la hora, pero dan el trasero por eso tan rancio y manido de una “España plural” y una "Galicia diferente". La madre que los pario. ¿Cómo se puede ser tan idiota y poder andar al mismo tiempo?
Y a los otros, parece que les han dado la idea los británicos que, junto con los portugueses, también viven en esa hora fuera de tiempo.
Y, para darle más peso a su argumento, sostienen que la hora actual de verano, en España, es una hora copiada de la Alemania de Hitler.
Por mí como si es copiada de Ghengis Khan, es la hora que usan franceses, belgas, holandeses y casi toda Europa y nos da la oportunidad de tener una hora extra de sol.
Pero, de momento, el presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (Arhoe), un tal Ignacio Buqueras, ha declarado que para racionalizar la cosa, el próximo cambio de hora, abril del 2014, no se debe implementar, o sea, que no se debe volver a cambiar la hora, sino seguir durante el verano con la misma hora de invierno.
¿…? Yo, con tíos como este señor Boqueras, es que me desespero.
Han tenido la suerte, o habilidad, de coger un trabajo –chollo- bien remunerado y con muy poco que hacer y, claro, se aburren un montón, y es en esos ratos de aburrimiento cuando discurren mil y una manera de venir a tocarnos los pies a los currantes de verdad.
Y es por eso que, desde aquí, me gustaría sugerirle al señor Buqueras que, para evitar esos ratos de aburrimiento, se dedicase, por ejemplo, a hacer “trabajos manuales” o plantar árboles o plantas o algo así, que entretiene mucho y mola mogollón mirar cómo crecen.
Y es que, si algo falla en este país, no es la hora, sino los horarios. Trabajamos con ese horario de partir la jornada, con un descanso de tres, cuatro y hasta cinco horas, para comer.
Un horario que se ha quedado completamente obsoleto en cualquier país civilizado, menos en España, claro está.
A nosotros nos gusta un “lunch” extra largo, con café, pitillo y siestecilla y volver al trabajo a las 6 de la tarde y luego tratar de hacer de noche lo que no hicimos durante las horas diurnas.
Por dios, las horas del día con más luz las dedicamos a comer y dormir y luego pretendemos ser competitivos. Esto es de locos.
Y claro, con ese horario laboral tan draconiano, acabamos pasándonos el día entre idas y venidas al trabajo y acabamos volviendo a casa a las tantas, y finalizamos siendo el país menos competitivo de la Unión Europea.
Y este es el desaguisado que tendría que tratar de arreglar el señor Buqueras. Poniendo, por decreto si hace falta, una jornada de ocho horas seguidas. De siete a tres, de ocho a cuatro o de nueva cinco, o si, si dado el caso, hace falta que haya gente trabajando por la tarde, pues por turnos de ocho horas, con media hora para un bocadillo y santas pascuas.
Pero en vez de eso el señor Buqueras, se dedica a marear la perdiz, tratando de cambiar la hora, lo único que tenemos bien en este país, y sumirnos una hora extra en la noche mientras seguimos perdiendo todo ese tiempo durante el almuerzo.
Lo dicho señor Buqueras: si no son capaces de arreglarlo, déjenlo estar y distráigase usted con otra cosa, pescar gorriones o cazar truchas, como vea.