Los atentados de París no son el hecho aislado de unos dementes.
Un policía herido y
tirado en el suelo pide clemencia, segundos más tarde, un fanático de Al-qaeda que llega corriendo hacia él, le dispara a
bocajarro y lo deja muerto en el suelo.
Esta es la terrible
imagen que estos últimos días todos hemos podido ver en nuestras televisiones.
Podría pasar por un
fotograma quitado de una película de Stallone, pero, desgraciadamente, era la
cruda realidad de una tragedia que se estaba desarrollando delante de nuestros
ojos.
Este era el broche
final a la sanguinaria obra llevada a cabo por unos islamistas fanáticos dispuestos a aplastar el derecho de libertad
de expresión.
Acababan de asesinar a
sangre fría y sin piedad a 12 dibujantes, incluido el director, de la revista
satírica Charlie Hebdo, por el mero hecho de que la revista había publicado unas
caricaturas del Profeta Mahoma.
La libertad de
expresión es el ingrediente crucial de la democracia sin el cual no es
concebible ninguna civilización moderna.
Y, es este
ingrediente, el que todo extremista, ya sea un dictador, un nacionalista
separatista o un fanático religioso, odia y el que nosotros, si queremos seguir
gozando de libertad y democracia, debemos honrar y defender.
No es la primera vez
que unas caricaturas, ya fueran de políticos, de artistas, de personajes
importantes o, como en el caso de la revista francesa, de iconos religiosos,
han molestado a algunos, pero aun así la libertad de expresión, dentro de la
ley, debe prevalecer.
La aventura de estos
asesinos terminó a los dos días, cuando los dos terroristas, dos hermanos nacidos
y criados en Francia, y otro cómplice que apareció con su masacre particular en
otro punto de Paris, cayeron acribillados bajo las balas de la policía
francesa, no sin antes haber asesinado a otras cuatro personas más.
Menos mal que esto
ocurrió en Francia, llega a ocurrir en España y hubiesen sido capturados vivos
a toda costa, luego unos pocos años en
la cárcel y libres otra vez para seguir asesinando.
Por lo menos estos no
volverán a matar a nadie más.
Estos terroristas
están más allá de la razón
Puesto que, solo una
mente enferma puede concebir vengar una ofensa con un asesinato en masa.
Son salvajes venidos
de otro tiempo. Venidos de los tiempos oscuros de la Edad Media, pero armados
con AK47, -Kalashnikovs-.
De momento el mundo
está consternado, pero cuando pase algún tiempo y la tragedia de Paris, donde
veíamos a unos maniacos ametrallando a unos dibujantes, vaya quedando atrás,
saldrán los meapilas de siempre clamando que los derechos de los musulmanes y
su cultura deben ser respetados y que no todo el islam es igual, y que hay un
islam moderado.
Pues no, no hay un
Islam moderado.
Sí que es verdad que dentro
del Islam hay gente moderada y razonable, pero el Islam es una religión-cultura
totalitaria, radical y jamás democrática.
Una religión que solo
admite gobiernos teocráticos y que se rijan estrictamente por las enseñanzas,
las reglas y las leyes del Corán y del Profeta, - La sharía-.
Y todos aquellos
musulmanes que ahora viven en Occidente y que un día, ellos o sus padres, emigraron
de sus países de origen, lo hicieron tratando de huir de un mundo que los
oprimía y no los dejaba vivir en libertad, y se vinieron al libre, y libertino,
Occidente tratando de vivir una vida mejor, pero, paradójicamente, se trajeron a
su mundo con ellos.
Un mundo que vive con un código de cientos de
años de antigüedad. Un código que permite la ejecución de los infieles, algo
que sus terroristas llevan a término con entusiasmo.
Un código tan radical,
horrible y sinsentido, que permite que una mujer, una joven acusada de cometer
adulterio, pueda ser lapidada y sea su propio padre el primero en tirar la
primera piedra.
Lo pudimos ver no hace
mucho por televisión.
El Estado Español,
extirpa de las escuelas y otros lugares públicos, crucifijos, belenes y
cualquier símbolo que represente a la religión católica mientras en las escuelas públicas se presente al
profeta Mahoma como modelo de vida, de paz y de concordia.
Democracia, igualdad,
ley y orden, justicia y libertad de expresión, son para la mayoría de nosotros,
conceptos queridos y que todos damos por sentado como un derecho, pero para
ellos representan algo extraño, impío y
detestable.
Y occidente no puede
tratar de comprenderlos. Solo condenarlos, protegerse de ellos y luchar.
Los atentados de París no son el hecho aislado de unos
dementes, sino la enésima y sangrienta
escenificación de una guerra global a la que Occidente no ha prestado la
necesaria atención.
Volverán a comerte
otras atrocidades, no hay duda.
Pero no debemos
flaquear y supeditarnos a sus costumbres y exigencias o estaremos perdidos.
Y, tanto Al-qaeda,
como esa banda de salvajes tarados que se auto denominan Estado Islámico, deben
ser combatidos y destruidos allá en su propio terreno, Irak, Siria, Yemen o
Arabia Saudita y, o la comunidad internacional lo hace así, o vamos a durar
menos que un bizcocho a la puerta de un colegio.