La Guerra Justa
Acabo de leer un libro de Antony Beevor, sobre la Segunda Guerra Mundial, el
cual, precisamente, lleva ese título: La Segunda Guerra Mundial, y se lo
recomiendo tanto a eruditos del tema como a todos aquellos profanos que quieran
tratar de entender lo que fue aquello.
Por las películas, tebeos, libros y abundante bibliografía que hay sobre el tema,
nos hemos hecho una idea de que la guerra fue causada por los delirios de
grandeza de un dictador medio loco que
quiso conquistar el mundo, que asesinó a miles de judíos, y que, por cuya culpa,
hubo una guerra en la que murieron 70 millones de personas, pero que al final
ganaron los buenos y perdieron los malos.
La Guerra Justa…
Y nada más lejos de la verdad.
La Segunda Guerra Mundial, no fue el conflicto con una clara
línea divisoria que delimitase una lucha entre los Países Aliados y las fuerzas
del Eje. En realidad se trató de una serie de conflictos individuales con muchísimos
claroscuros.
Por ejemplo: La Guerra, comenzó, supuestamente, cuando Alemania, el uno de septiembre de 1939
invade Polonia, pero muchos no saben y otros obvian, que el 17 de septiembre,
solo dieciséis días después de la invasión nazi, Polonia es invadida desde la frontera
opuesta por la Unión Soviética, la cual había firmado con Alemania un tratado
de no agresión mutua.
Con la intención de rectificar el resultado de la llamada
Guerra de Invierno, - Una guerra de clara agresión Soviética contra Finlandia-
Finlandia le declara la guerra a la Unión Soviética, el 25 de junio de 1941, y
recibe refuerzos y material por parte de Hitler.
Y el 6 de diciembre de 1941, Inglaterra le declara la Guerra
a Finlandia.
Pero incluso en la fecha de comienzo de la Segunda Guerra Mundial,
no se ponen de acuerdo los historiadores.
Unos dicen que la Guerra comenzó con la revolución rusa en
1917.
Otros dicen que fue una continuación de la Primera Guerra
Mundial.
Las condiciones impuestas sobre Alemania, por el Tratado de
Versalles, regiones alemanas controladas militarmente por parte de los vencedores,
el pago a ingentes sumas de dinero en concepto de indemnización, y, sobre todo
el más doloroso, que Alemania tuviese que reconocer en exclusiva su
culpabilidad en el estallido del conflicto, fueron consideradas por los alemanes
como intolerables.
Y es que la unidad no estaba garantizada ni siquiera entre
las gentes de un mismo país.
El General de Gaulle, que desarrolló toda su “heroica”
campaña desde una oficina en Inglaterra, consideraba un traidor al General
Pétain, Jefe de Estado de la Francia de Vichy.
Y los británicos dudaron en quien derogar el liderazgo de la
Francia libre, si dárselo a de Gaulle o al Almirante Darlam, al final cuando
éste fue asesinado el 24 de diciembre de 1942, de Gaulle salió triunfante
aunque Roosevelt jamás confió en él.
Mientras en Inglaterra, Winston Churchill, a pesar de su heroico
mensaje a los británicos de que solo podía ofrecerles “sangre sudor y lagrimas”
–en realidad dijo: blood, toil, tears and sweat, (sangre, esfuerzo, sudor y
lagrimas), tuvo que bregar durante todo la contienda con las críticas de la
oposición, la cual exigía una y otra vez su dimisión cada vez que los ejércitos
británicos sufrían un revés.
Esto llegó a tal punto que, justo al finalizar la Guerra, el
socialista Clement Attlee, le ganó las elecciones por mayoría absoluta.
En cuanto en China, a
pesar de la muerte, ruina y tragedia que el ejercito Japonés, representaba para
aquel país, los comunistas de Mao Zedong, no solo no ayudaron a las fuerzas
nacionalista de Chiang Kai-shek, a luchar contra aquellos, sino que atacaban a
las fuerzas de este, obligándole a defender dos frentes.
Sobre este buen hombre, Mao Zedong, y su maravilloso Partido
Comunista, Antony Beevor escribe lo siguiente:
Los jóvenes, especialmente los estudiantes, se unieron al
Partido Comunista, en tropel.
Al tiempo que se dedicaban a dar casa a los enemigos del
pueblo.
Los comunistas ocultaron con suma habilidad el carácter
totalitario del régimen que querían imponer.
La periodista Agnes Smedley, admiradora, compañera de viaje
y a veces agente de la Cominterm, se mostró profunda e irrevocablemente convencida
que los principios del movimiento comunista son los que salvaran y guiaran a
China, que darán los mayores impulsos a todas las naciones sometidas de Asia, y
crearan una nueva sociedad humana.
“Esta convicción de mi mente y de mi corazón me da la mayor
paz que he conocido.
Smedley, Theodore White, y otros influyentes escritores no
podían aceptar ni por un momento que Mao llegara a convertirse en un tirano
mucho peor que Chiang Kai-shek.
El culto a la personalidad. El Gran Salto Hacia Adelante,
que acabó matando a más personas que las que murieron durante toda la Segunda
Guerra Mundial.
Estaba completamente fuera de su imaginación la locura cruel
de la Revolución Cultural y los 70 millones de víctimas de un régimen que en
muchos aspectos fue peor que el estalinismo.