El milagro de la vida.
Bienvenido. Y felicidades. Estoy encantado de que pudieses conseguirlo. Llegar hasta aquí no fue fácil. Lo sé. Y hasta sospecho que fue algo más difícil de lo que tú crees.
En primer lugar, para que estés tú aquí tuvieron que agruparse de algún modo, de una forma compleja y extrañamente servicial, billones de átomos errantes. Es una disposición tan especializada y tan particular que nunca se ha intentado antes y que sólo existirá una vez. Durante los próximos muchos años –tenemos esperanza-, estas pequeñas partículas participaran sin queja en todos los miles de millones de habilidosas tareas cooperativas necesarias para mantenerte intacto y permitir que experimentes ese estado tan agradable, pero a menudo infravalorado, que se llama existencia.
¿Por qué se tomaron esta molestia los átomos? Pues, pese a toda su devota atención, tus átomos no se preocupan por ti, de hecho ni siquiera saben que estás ahí. Ni siquiera saben que ellos están ahí. Son, después de todo, partículas ciegas, que además no están vivas. (Resulta un tanto fascinante pensar que si tú mismo te fueses deshaciendo con unas pinzas, átomo a átomo, lo que producirías seria un montón de fino polvo atómico, nada de lo cual habría estado nunca vivo pero todo él habría sido en otro tiempo tú.) Sin embargo, por la razón que sea, durante el periodo de tu existencia, tus átomos responderán a un único impulso riguroso: que tú sigas siendo tú.
Pero los átomos no solo hacen la vida sino otras muchas cosas: nada menos que todo lo demás. Sin ellos no habría agua ni aire ni rocas ni estrellas y planetas, ni nubes gaseosas lejanas ni nebulosas giratorias ni ninguna de todas las demás cosas que hacen el universo tan agradablemente material.
Todas las cosas están compuestas por átomos. Los átomos están en todas partes y lo forman todo. Mira a tu alrededor. No solo los objetos sólidos como las paredes, las mesas y los sofás, sino el aire que hay entre ellos. Y están ahí en cantidades que resultan verdaderamente inconcebibles.
Son también fantásticamente duraderos. Y como tienen una vida tan larga, viajan muchísimo. Cada uno de los átomos que hoy te componen a ti, es casi seguro que ha pasado por varias estrellas y ha formado parte de millones de organismos en el camino que ha recorrido hasta llegar a ser tú.
Una parte significativa de tus átomos, probablemente formó parte de la rueda de un carro, el yunque de un herrero, un gusano de tierra o un pájaro y perteneció alguna vez a Shakespeare, Buda, Gengis Khan, Beethoven o cualquier otro personaje histórico en el que puedas pensar; sin embargo por mucho que lo desees aun no puedes tener nada en común con Elvis Presley.
La mala noticia es que los átomos son inconstantes y su tiempo de devota dedicación es fugaz, muy fugaz. Incluso una vida humana larga sólo suma unas 650.000 horas y, cuando se avista ese modesto límite, o algún otro punto próximo, por razones desconocidas, tus átomos se dan por terminado. Entonces se dispersan y se van a hacer otras cosas. Y se acabo todo para ti.
Pese a todo, la vida en el mundo de la química, es fantásticamente prosaica: carbono, hidrogeno, oxigeno y nitrógeno, un poco de calcio, una pizca de azufre, un leve espolvoreo de otros elementos muy corrientes –nada que no pudieses encontrar en una farmacia normal-, y eso es todo lo que hace falta. Lo único especial de los átomos que te componen es que te componen. Ése es, por supuesto, el milagro de la vida. (*)
(* Una breve historia de casi todo. –Bill Bryson-)